Salió
a la calle decidida a quitarse por un momento ese vestido de tela de araña con
el que le viste la rutina, a llenar los pulmones de otros aires que no hubiera
viciado antes la monotonía, buscaba, buscaba, algo que le sacudiera, le
espoleara, le sacara de sus casillas, le pusiera la vida a flor de piel y la
formalidad patas arriba. Al fin y al cabo...¡que diablos...! ¡¡son cuatro
días!!.
Tenia
los labios ardiendo de deseo, la respiración agitada, y los ojos delirantes.
Caminaba por la ciudad como un latido de corazón desbocado, como la sangre
circulando por venas sin rumbo.
Y
de pronto reconoció la misma quemazón en los labios, los mismos ojos
delirantes, la misma premura en el deseo.
El
vértigo se detuvo, un silencio sepulcral les envolvió en su manto, suspendidas
las miradas, la piel se puso de gallina, parecía una escena del lejano oeste,
tensión, duelo...
¡Desem-boca
forastero! se la oyó decir en apenas un suspiro, y sin dudarlo, ante tal
insinuación, aquel extraño la atrajo hacia si, y le dio aquel beso con que
soñaba todas sus vigilias, aquel beso con alas de mariposa que paró los pilares
del tiempo.
Y
siguieron besándose en aquella calle que parecía de los besos perdidos, o mejor
dicho encontrados, hasta quedar satisfechos.
Después
vino el abrazo que es beso de cuerpo entero, el mundo desde los hombros nunca
fue más cierto.
No
se hablaron, no se dijeron adiós, ni miraron hacia atrás cuando cada uno se fue
en dirección contraria, y para siempre en la memoria quedó aquel instante del
destino, en el que las almas se entregaron sin condiciones, ni reservas, a la
vida sin explicación ni coherencia.
A
la vida a quemarropa
|
Foto sacada de la red |
|
Foto de Rebeca Blackvell |