Ayer, fui a ver a mis sobrinos, Lucas el mayor, es un niño que a sus tres años muestra una inteligencia viva, una férrea independencia, y una asombrosa riqueza en el vocabulario, y capacidad de razonar.
Me estuvo contando subido sobre mis rodillas, su viaje a París, y como la jefa de las azafatas del vuelo, le invitó a pasar a la cabina del piloto, y a sentarse en el asiento a los mandos.
Fantaseamos con el niño, diciendo que cuando fuera mayor, sería piloto, y nos llevaría a París, y nos dejaría entrar en la cabina del piloto.
A él toda esa fábula y película le parecía entusiasmar, mientras su padre y yo comentamos que en esta vida no hay como ser niño.
De pronto dijo, ¡NO!, yo de mayor no voy a ser piloto, ¿y que vas a ser pues?, le preguntamos intrigados por la afirmación tan rotunda que hizo, y dijo:
Yo de mayor quiero ser niño...
¡En fin nos quedamos patitiesos y encantados!, ¡ojalá no pierda el espíritu infantil!, ese espíritu puro donde cabe el asombro, la sorpresa, la valentía, donde no hay barreras, ni razones, donde todo es posible y por estrenar.
Así que las cosas claras, y el chocolate espeso, como cuando le dice a mi madre: Abuela Julia dame un poquito mucho de chocolate...
Le adoro, ¿se me nota?
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