Todos los primeros de año, suelen ser iguales, arrancan con besos. abrazos, brindis, llamadas de teléfono, buenos deseos, algunos terrores, muchas subidas de servicios públicos, los atascos para llegar a las fiestas de rigor, ellas de negro y peluquería ellos de traje y corbata, y petardos y bulla.
Algunos (nosotros), se saltan la fiesta porque incluso el primer día del año, les toca trabajar, ¡ay el laboro....!, y entonces cuando te cansas de la música de la tele, te vas a dormir aprovechando un hueco de silencio entre el vecindario parrandero.
Y te despiertas, sin resaca, y disfrutas un montóm del paseo (6 Km ida y vuelta), y del sol, y de la brisa, y de la inusitada tranquilidad de esta ciudad de locos a esa hora bien entrada de la mañana, y te hace gracia ver los moños caidos y el desaliño en la ropa de los encopetados nocturnos, te compadeces de sus demacradas caras, y te mueres un poco de envidia, y te dejas llevar por el Danubio azúl, y por la familia Strauss, que después de tantos años sonando en el salón de casa, eféctivamente, parecen de la familia.
Y la tarde pasa sin pena ni gloria, un tránsito a la noche, al sueño, y al segundo día del primer mes de la segunda decena de este siglo ventiuno.
Cada año que empieza, es como un cuaderno en blanco, aunque en realidad es el punto y seguido del anterior, la continuación del continuará, el decíamos ayer de Fray Luis de León.
Habrá que tener a mano el sacapuntas para afilar el lápiz de los sueños, y tener buen cuidado que no se despiste la goma de borrar por si la tristeza, la desilusión, la monotonía y otros enemigos del color, se empeñan en proyectar sombras poco acordes con la luz que las hace nacer, y desdibujar la vida emborronando las hojas.
Uno de enero de dos mil once, ¡cualquier cosa puede pasar! empieza el primer capitulo del cuento....
Había una vez....
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